Los mitos son mitos precisamente por su intangibilidad, por su lejanía, por su leyenda – que es lo contrario de la crónica-, y que gracias a todo eso, que conforma su naturaleza, podemos utilizarlos como objetos para alimentar nuestro ocio, anhelos y fantasías, algo que de ser sujetos no nos permitiría.

El siglo XX, tan prolijo en todo, ha dado una lista interminable de mitos que han corrido suertes muy diversas. A algunos se los ha llevado el mismo viento que los trajo, otros se han adaptado al medio, superando tecnologías, modas y tendencias.

Uno de estos es Batman, ese hombre murciélago, que como del bicho del que toma el nombre, sobrevive en la oscuridad y se hace fuerte en la adversidad. Batman nació en 1939, pero ahí sigue, adaptándose a los tiempos, mutando al ritmo de sus mitómanos, pero inmutable en su aspecto.La misma capa, sus inconfundibles botas y ese cinturón ajustándole la hombría. Algo que sólo pueden permitirse aquellos tocados desde su nacimiento por la gracia del clasicismo. Aunque sus creadores, como esos progenitores que conciben genios, no lo calcularan.
Batman por no cambiar no ha cambiado de logotipo, algo que no ha conseguido la Coca-Cola. Aunque como tampoco es tonto –por eso sobrevive- lo que sí ha cambiado es de coche y de armas para combatir al malvado Joker, personaje que en realidad debe su categoría de héroe. Algunos mitómanos combinan su pasión por el personaje con su adicción a todo objeto tangible relacionado con él, sea éste una gorra, un reloj, unos walkietalkies, una linterna, un cenicero, una corbata o algunas de sus múltiples reproducciones en 3D.

Juan Redón es el coleccionista de todos estos objetos que aparecen en este libro, un coleccionista profesional que vence la tentación de sacarlos de su envoltura y pasar sus dedos por sus admiradas formas. Y es que el coleccionista no colecciona objetos, colecciona ediciones que el tiempo y coleccionistas como él se encargan de revalorizar. Algún día Batman tendrá que ponerse su tarje de murciélago y acudir en persona a agradecer a Juan Redón su particular contribución a la pervivencia del mito.

A él y a todos aquellos diseñadores que ponen su oficio al servicio de los productos de merchandaising.
Servicio, por cierto, poco considerado.

Editado por Estudio Mariscal para su Enciclopedia del Diseño de Salvat